“Winx Club 3D: Magica Avventura” (2010)

Es estrategia habitual por parte de los productores de programas destinados a los más pequeños regalarnos periódicamente algún capítulo de sus creaciones estirado en relación a su duración habitual y/o implementado formalmente. Disfrazado de largometraje encuentra su hueco como producto exclusivo en el prime time del viernes de algún canal temático infantil, en la distribución directa en DVD, o en ambos simultáneamente. Los grandes imperios de la cultura pueril no son ajenos a ello, probablemente incluso promueven estas técnicas de explotación más que nadie, cómo no lo haría pues el creador de este subproducto imitativo.

Winx Club es una serie de animación desarrollada por la productora Rainbow S.r.l.  que se encarna en Iginio Straffi ilustrador y animador de origen italiano. Repasando su biografía descubrimos que su pluma estuvo a disposición del cómic Nick Raider y que participó de forma ocasional en la publicación de fantasía y ciencia ficción Metal Hurlant, creada en 1974 por el colectivo Les Humanoïdes Associés integrado entre otros por Moebius, cuya edición americana, Heavy Metal inspiró la película homónima de 1981, dato sorprendente cuando menos teniendo en cuenta lo que nos ocupa. Hace cuatro años esta serie eyectó su primer “especial” Winx club – Il segreto del regno perduto (Winx club – El secreto del reino perdido, 2007), donde la habitual animación bidimensional de escasa factura del serial  evolucionaba hacia una volumétrica digital, igual de paupérrima en cuanto a calidades.  Como era de esperar en su nueva aventura, a la consabida computerización de segunda división de sus personajes y escenarios, se añade el reclamo de la tecnología 3D.

Como Straffi explica en la web de su productora Winx Club (el producto, no solo la “película”) está ideado como objeto de consumo “tween”, término con el que la industria del marketing designa al consumidor preadolescente, entre la infancia y la juventud, el cual según los postulados que rige esta doctrina comienza a desarrollar necesidades sociales y deseos específicos, pautados mayormente, por una constante mutación física y emocional. Y esta metamorfosis acotada al género femenino es la que subyace de forma constante en esta obra, lo que eufemísticamente llamamos “pasar de niña a mujer”. Envuelta en un halo de fantasía new age nos invita a acceder a un plano de conciencia elevada, de fuerte carga simbólica, representado por un mundo de ensueño donde todo lo social se reduce a ideas puras de corte tradicionalista casi premoderno. Este discurso de la (incipiente) sexualidad femenina como arquetipo mítico – divino engendrada por una literatura que adquiere su síntesis perfecta (e irónica) en el inexistente volumen Mujeres que corren con los lobos que Eric Cartman usa como guía de iniciación al mundo de las “diosas” en el episodio de South Park Are You There God? It’s Me, Jesus (¿Estás ahí Dios? Soy yo, Jesús, 1999),  se hace palpable en el enorme y vivo ying – yang (su emblema por antonomasia) que se enraíza y erige en el árbol que gobierna la estabilidad de este mundo de fantasía.

Esta representación de la feminidad falsamente progresista y en principio inocua, que no inofensiva, entrevera de forma perfecta con un discurso de corte mítico – tradicionalista que queda diluido por la presencia de elementos mágicos. O en palabras más sencillas, hace que Barbie: Princess Charm School (Barbie: Escuela de Princesas, 2011) parezca un alegato de emancipación feminista y desde luego un relato que, aunque infantilista y almibarado, encaja con la realidad social general y consumista en la que se enmarca. Aviso, solo recomendable para incondicionales de la serie.

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