“The Twilight Saga: Breaking Dawn – Part 1″ (2011)

La saga Crepúsculo regresa a las pantallas y esta vez para nuestra desgracia, debido a la tesis que a continuación se desarrolla, no viene acompañada del presupuesto “los vampiros están de moda” ya que en los últimos meses su posición como “trending monster”  se ha retraído en beneficio del zombi, que cotiza al alza. Una pena que no se nos presenten de nuevo como un conjunto binario, simbiótico e inseparable ya que pretendíamos demostrar que las películas derivadas de la obra de Stephenie Meyer nada tienen que ver con el fenómeno vampírico como tal, ni tan siquiera con una representación en la que el monstruo funcione como metáfora, y es probable que este hecho ya nos de la razón, aunque solo sea, en que tiene más de estrategia de marketing que de fenómeno neoromántico, mucho menos con tintes siniestros, si cabe.

Comencemos por analizar al vampiro como figura simbólica, sin duda tres rasgos le caracterizan, a saber: la sed de sangre, con la inhumanidad, incomprensión y marginación social que por ende esta induce en quien la sufre, funcionando también como un impulso pecaminoso irrefrenable; la inmortalidad, con todas las cuestiones de corte metafísico trascendental que pueda provocar semejante cualidad; y el romanticismo, en su expresión decimonónica de la imposibilidad. Tratemos de escudriñar que rasgos de los mencionados permanecen en la obra que nos ocupa, a través de su protagonista Edward Cullen, quien se puede entender como paradigma de esta “reinvención”. El primer atributo, la sed, es tratado como una diabetes, a través de un proceso estéril y calculado se elimina y con ella toda la vergüenza y desde luego la monstruosidad que esta conlleva. Dos, la inmortalidad, podemos concluir rápidamente que un vampiro de más de cien años que siente una atracción con algún componente intelectual por una muchacha de dieciocho no tiene un grado de madurez elevado, le presuponemos un existencialismo pues escaso. Por último, el romanticismo, existe pero en una concepción pueril del tira y afloja adolescente, del tonteo pavisoso.

Y es que sí existe una dimensión de culpa en Edward Cullen pero su origen no está en ningún conflicto de corte vampírico si no en un dilema más bien adolescente, teme el mito de la desvirgación traumática cimentado en la cultura popular por los consultorios sexuales de revistas como Super Pop o Bravo y programas radiofónicos como el desparecido En tu casa o en la mía con Lorena Berdún. En realidad Edward simboliza al adolescente paliducho sobreinformado que deja pesar su racionalidad protectora y de respeto por el sexo opuesto sobre, los que considera, sus bajos instintos, aunque su novia, que es mona pero no de “las que usa tacones” le insista en que no hay ningún problema en “hacerlo”. Su única conexión con la figura del chupasangre es en todo caso cosmética, su cadavérico semblante, y aunque la condición sirve como excusa para que el desfloramiento lesivo funcione como riesgo verosímil, todo se desarrolla en una escena que parece perpetrada más por Brody y TS, los protagonistas de Mallrats (Mallrats, 1995), que por Bram Stoker o la más “romántica” Anne Rice. De hecho podemos concluir que Crepúsculo no reinventa al vampiro aportándole rasgos adolescentes, más bien reinventa al adolescente aportándole rasgos vampíricos, señas que los adolescentes ya habían hecho propias previamente en realidad, evidenciando de forma definitiva que esto solo es un producto estratégicamente diseñado para un sector del público púber de corte soft dark.

Al mito adolescente antes mencionado del temor a la primera relación sexual, se une también otro arquetipo cada vez más explotado, cuando en realidad cada vez sucede menos, el embarazo (no) deseado, que de nuevo es tratado de forma superficial, y aunque la disyuntiva de la interrupción aparece planteada de forma plana e inviable desde un principio como falso síntoma de pluralidad en el débate público, nunca es asumida como posibilidad por la madre. Un discurso provida que aflora en muchos de los últimos productos del amigo americano como en el reality Teen Mom (Teen Mom, 2009- ). Un discurso en cierto modo lógico viniendo de una industria con un target diezmado demográficamente.

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