“The Thing” (2011)

Se supone que cuando uno se enfrenta a The Thing (La Cosa, 2011), a pesar de que comparte título con la obra maestra de Carpenter, no lo hace con una de las innumerables revisitaciones de clásicos ochenteros que inundan la cartelera hoy en día, algo muy de agradecer, o eso tratan de hacernos creer sus productores. Buscando no ser marcados por el sello del remake recurren al artificio simplemente dialéctico, y más perverso si cabe, de la precuela. Esta nueva obra nos sitúa en el momento inmediatamente anterior al inicio del film de 1982 de una forma más bien tramposa, apostando más por pequeños detalles de carácter estético que a un argumento sólido y entrelazado de forma coherente y no superficial con el ya clásico. Algo que puede satisfacer parcialmente a todo quisquilloso conocedor de la película de Carpenter, y que debe suponer elogios hacia una dirección artística cuidada, pero más allá de su eficacia como reconstrucción escrupulosa de un imaginario ajeno previamente creado poco más ofrece.  Esta cosa (nunca mejor dicho) a la que nos enfrentamos es un ente simbiótico, al más puro estilo del que tratan de destruir en la película, capaz de adueñarse de la apariencia de otras entidades pero que es distinto en realidad. Aunque lo llamen precuela es un remake, en la dimensión en que reformula la historia sin aportar nada propio y mucho menos nuevo, y aunque se parezca mucho, aspectualmente hablando, a The Thing (La Cosa, 1982) no tiene nada que ver.

¿Qué es realmente un remake? The Thing (La Cosa, 1982) podría ser catalogada como tal, a pesar de las evidentes diferencias, detalles como los títulos de crédito, la entrelazan de forma irremediable con The Thing from Another World! (El Enigma… de otro mundo, 1951) y la Universal la encargó como una revisión de la misma a John Carpenter. Pero al margen de alguna explicitud formal podríamos decir que ambas son diferentes visiones basadas en el relato Who goes there? (¿Quién hay ahí?, 1938) de John W. Campbell Jr. que se desarrollan de forma independiente, siendo más fiel a éste la versión de los ochenta. Desde el tratamiento de los personajes, que en el clásico producido por Howard Hawks se reducen a meros arquetipos de la época, así como sus nombres, hasta el hecho de funcionar como un tratado sobre la paranoia frente a la incertidumbre de que el enemigo esté dentro, sea uno de nosotros, algo que también rechaza hacer la película de los cincuenta que prefiere externalizar al adversario (muy de la época). También la obra de Carpenter es fiel en retratar un microuniverso testosterónico, compuesto solo por hombres, aunque también hay claras diferencias, ambas versiones fílmicas generan una visión propia del monstruo y se distinguen en el desenlace con el relato y entre ellas. Porque aunque una se suponga un remake de la otra son tan diferentes que uno puede valorarlas de forma individual sin caer en la comparativa, pudiendo gustarte las dos, una o ninguna. Algo que no sucede con la precuela, que evoca la inevitable confrontación al adueñarse del imaginario carpenteriano, llegando uno a darse cuenta durante el análisis de que al final ésta acaba pareciéndose más a la película “dirigida” por Christian Niby.

Al igual que la original comienza con el descubrimiento del platillo, algo que se obvia en la versión de 1982 y, a diferencia del libro y la versión de Carpenter, aquí no se retrata un universo exclusivamente masculino, se introducen personajes femeninos que, si en la primera versión se veían reducidos a simples floreros, aquí se erigen, por contraste, en heroínas protagónicas aupadas por la discriminación positiva y decididas a borrar todo indicio de acusación de misoginia. Este cálculo premeditado también emparenta a la nueva con la original en el hecho de parecer más bien un producto de terror industrial pensado para tratar de satisfacer a todo espectador potencial de forma individual: al fan puntillosos a través del detalle exacerbado, a la novia complaciente a través del guaperas blandito o a casi cualquiera que entre en la sala a través de los escapes cómicos y la acción injustificada; aunque al final no contente plenamente a ninguno. Y es que la película, en realidad, no se parece en absoluto a la de los cincuenta, pero les une su esencia de productos, algo que la aleja tangencialmente de la oscura pesadilla laberíntica de Carpenter, con la que encuentra coincidencias totalmente superficiales, olvidando lo esencial de la obra: el aislamiento, la claustrofobia, la paranoia.  Evidencia de su simple mímesis estética es la contratación del clon de Kurt Rusell, Joel Edgerton para un papel casi fotocopiado al de Mc Ready, pero vacío de su esencia. Hemos de concluir pues que lo que une remakes y precuelas con su obras inspiradoras son simples rasgos formales, pero hasta en eso ésta nos traiciona, quedándose en una simple imitación insustancial, un ente que imita los rasgos externos a la perfección pero carente de alma, toda una metáfora de si misma. Decepcionante.

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