“The Tree of Life” (2011)

¿A estas alturas aún no has visto El árbol de la vida? ¿Sigues buscando opiniones en la red que definitivamente te empujen a la sala o te otorguen el valor suficiente para atreverte a desecharla? ¿Te hallas totalmente confundido ante la clara división de opiniones entre tus conocidos (división que se extiende al discurso público), quienes, la amen u odien, no acaban de explicarte realmente de que trata? ¿Alguien te ha explicado de que trata? ¿Puede una película arrastrar al público a las salas por el simple hecho de que salga Brad Pitt y de que nadie sea capaz de elaborar una sinopsis precisa de la misma, o por el contrario, se trata de una hábil campaña de marketing que se sustenta en los pilares de la ocultación y la explotación de un elenco conocido y un palmarés escaso pero resultón? ¿Es el esquivo, hasta lo sallingeriano, director Terrence Malick capaz de arrastrar a la gente al cine por méritos propios o él, propiamente dicho, es producto de la misma estrategia de marketing que aplica a sus obras? ¿Funciona El árbol de la vida como metáfora de la vida misma al decepcionar al que la enfrenta con expectativas y encantar al que no busca un sentido en ella? Por esa regla de tres, ¿es todo lo que nos rodea una metáfora de la vida o es simplemente la vida misma? ¿Es posible explicar la vida,  narrarla en imágenes? ¿Es capaz de hacerlo Terrence Malick? ¿Es siquiera capaz de explicar su propia película?

Quien otrora sorprendiera con una ópera prima implacable, precisa y económica en términos narrativos ( Badlands, 1973), en la que sí conseguía aplicar una dialéctica poética que no distanciase al espectador de la acción, cae, ahora, probablemente, en un error de principiante, tratar de reflejar el particular desde el todo en lugar de hacerlo a la inversa, o como decimos por estas latitudes, quien mucho abarca poco aprieta. Porque, como apuntábamos en alguna de las cuestiones anteriores, es probable que todo, en realidad, pueda funcionar como metáfora de la vida. Grandes obras han apelado a conflictos universales reflejados desde el microcosmos y la situación concreta, de hecho podríamos decir que casi todo largometraje narrativo adopta esta vía. Hemos de tomar, entonces, la obra como experimental, algo sin precedentes, como muchos pregonan. Lo dudo.

Defender que una obra es experimental porque no se parece a las demás que pueblan la cartelera no es la demostración de semejante hecho, sino más bien, la refutación de la uniformidad que la tiraniza las salas, hasta el punto de convertir una obra medianamente arriesgada y no necesariamente acertada en algo casi inédito. Que haya sido rodada durante más de dos años, con luz natural y haciendo uso casi exclusivo de la cámara en mano, a lo sumo, dota de cierto distintivo a la obra en un panorama estandarizado, pero poco más. Buscar una fotografía y una dialéctica (abusiva en mi opinión en este caso) acorde a la historia que se cuenta es algo que deberían hacer todas las películas, y que a priori, no pasa de simple elección formal. Y narrarlo en un flashback que se remonta hasta la génesis del Universo, y se prolonga no sabe uno hasta cuando, puede que no haya sido la mejor de las elecciones formales.

Es indudable que la descripción del germen cosmológico supone una cumbre estética, no solo en la carrera del director, y en ella subyace una constante narrativa que prescinde de todo elemento oral, y que no deja lugar a dudas, este hombre es uno de los cineastas más capaces del panorama norteamericano. Pero aunque alcance la genialidad como segmento, no acaba de entroncar con la historia central. Historia que por su lado también conquista importantes logros, una dialéctica poética, metafísica, con destellos de efectividad precisa , pero insuficientes si se ahogan con un prólogo y un epílogo totalmente ajenos a la intimidad, segura pero turbia, por momentos conseguida. Verdadera baza del film, aunque constantemente boicoteada con pasajes de confusión (de forma, puede que comprensible, pero no se si acertada) por el autor.

Es probable que aplicando un poco de tijera Malick hubiese conseguido una obra igual de poética y metafísica y, sobre todo, más equilibrada. En palabras del propio Sean Penn “Para ser sinceros, aún me pregunto qué estoy haciendo yo allí, y qué puedo aportar en ese contexto. Más que nada, porque Terry [Malick] nunca se las apañó para explicármelo con claridad…La emoción que sentí al leer el guión, el mejor que he leído en mi vida, estaba ausente de la pantalla. Una narración más transparente y convencional hubiese beneficiado a la película sin restarle belleza ni impacto”. No se si los adjetivos transparente y convencional son los más acertados, pero desde luego estoy de acuerdo en que no ha planteado un código previo que ayude a desencriptar unas imágenes, que en realidad no son complejas, ni son simples, pero que tampoco logran desdibujar la línea entre ambos términos, como hace la vida, sino que caen en el error de contraponerlos como hacemos los humanos . Una oportunidad que debió ser mejor aprovechada por parte de Malick.

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